jueves, 12 de noviembre de 2009

NOS APROXIMAMOS AL FINAL DE LOS KIRCHNER

De acuerdo a los últimos datos publicados, los economistas con visión más pesimista de la reciente crisis internacional (como Krugman o Roubini, entre otros)
Vienen errando sus pronósticos y, por lo tanto, se estaría comprobando el rebote positivo que ha tenido la ayuda gubernamental de la administración Obama.
No sabemos si esta reacción se prolongará, pero nos brinda un fuerte alivio.
Ya no tenemos recesión, y bolsas y mercados están recuperando los niveles anteriores a la crisis, o cercanos a ellos.
Sólo falta una mejoría en materia de desempleo en los EE.UU.

Quienes conocen cercanamente a Bernanke (1), el mandamás de la Reserva Federal, sostienen que a pesar de ser un franco enemigo de la inflación, mucho más le teme a la recesión.
Hasta ahora, su pericia ha sido innegable y aunque todavía se siguen -y se seguirán viviendo- las consecuencias del bajón económico, es de esperar al menos una "brisa de cola" generalizada para el comercio internacional.

Claro que no todo será igual que antes.
La fuerte devaluación del dólar norteamericano (alrededor de un 20%) -depreciación hasta ahora solamente acompañada por la moneda china y el peso argentino (sic)-, perjudicará las posibilidades exportadoras europeas, las del sudeste asiático y las de Brasil, India y Rusia en los próximos trimestres.
Naturalmente, los costos de los productos exportables desde estas regiones con monedas revaluadas, se incrementarán y, por lo tanto, su demanda se verá afectada negativamente.

No obstante, la Argentina no aprovechará del todo el sagaz manejo -es justo reconocerlo- de Martín Redrado, en el Banco Central, quien ya recuperó buena parte de las reservas perdidas.
Ese desaprovechamiento se deberá al perverso e incurable adolescente que nos gobierna desde las sombras en Olivos.
Este hombre, tenazmente firme en su objetivo de asfixiar "al campo" y así obligar a los productores a vender los granos, ha destruido prácticamente la producción ganadera -carne y leche-, justo cuando podríamos recuperar parte de los mercados que Brasil abastece ahora.

Pero no cabe duda que el panorama próximo será algo más ventajoso para nuestro país que lo sucedido en 2008-2009.
Además, el acuerdo chino-norteamericano permitirá que el dólar se devalúe en forma ordenada, sin provocar cataclismos.
Y, como nuestras reservas -públicas y privadas- están en esa moneda, se trata de otra buena noticia.
Es cierto, que nuestro poder adquisitivo como país (y como particulares también) será menor frente a los productos de regiones con monedas revaluadas, pero por lo menos mantendremos nuestra capacidad exportable.

No obstante, si los EE.UU. continúan con su gasto extravagante; su endeudamiento cada vez más desproporcionado en relación a su PBI; coexistiendo con un circulante en dólares verdaderamente explosivo, esta situación se desbordará y, probablemente, termine en una inflación internacional de los precios en esa moneda.
El resultado de esa inflación significaría un menor flujo de importaciones norteamericanas y uno mayor de exportaciones, pero como China (y Argentina) acompañan la devaluación del dólar, los grandes perjudicados serán los países o regiones nombradas arriba, si no corrigen su tipo de cambio.

Por último, pero no menos importante, aparece la amenaza de que -vía préstamos o inversiones directas o indirectas hacia países emergentes- las autoridades norteamericanas busquen "exportar" su inflación, ofreciendo créditos a diestra y siniestra, con intereses atractivos para la siempre voraz apetencia de fondos por parte de los políticos gobernantes.
Esta ola de nuevo endeudamiento podrá ser beneficiosa en el corto plazo pero, a mediano plazo, es sabido que los intereses subirán, poniendo en dificultades a los deudores.
Sin embargo, la tradicional mala conducta Argentina como deudora, impedirá que tengamos el mismo acceso al que tendrán nuestros vecinos.
Bueno, tal vez, sea muy conveniente que no podamos endeudarnos más y nos terminen haciendo un favor.

El ingrediente local

La tasa de riesgo argentino, todavía está en más de 900 puntos, aunque pensamos que se reducirá parcialmente.
Si las intenciones de siembra se concretan y las condiciones climáticas permiten cosecharla (en este año agrícola el riesgo será de inundaciones, no de sequía), la afluencia de dólares puede complicarnos en materia de inflación interna aunque puede seguir permitiéndole al gobierno financiar el "festival de gasto público" que se acentuó desde 2008.
Claro que -lo sabemos- la inflación terminará afectando a todos: asalariados, jubilados, subsidiados y, desde luego, a las empresas.
Estas últimas vienen sufriendo desde hace más de un lustro, por culpa de la inflación, la erosión creciente de sus capitales de trabajo y la descapitalización -vía impositiva- por el reparto de ganancias contables ficticias.

Lo cierto es que hoy todos los agentes económicos estamos como aletargados, esperando un cambio que nunca llega.
Así, el agro -el principal motor de la recuperación posterior a la pesificación- ha perdido justificadamente el empuje que lo caracteriza.
El desánimo es cada vez mayor y la incertidumbre hace que los productores no inviertan, o bien, destinen las inversiones hacia países vecinos.
Los demás sectores exportadores temen sufrir nuevas trabas, impuestos o retenciones, y sospechan que van a tener que enfrentar represalias de países a los que hemos perjudicado con el cierre solapado de nuestro mercado.
Los sectores de servicios -aún los más rentables- ya parecen resignados a que, en cualquier momento, les apliquen un manotazo similar al de las Afjp.

Se ha perdido un gemelo del superávit: el fiscal.
El comercial probablemente se mantendrá durante 2010, aunque con dólares devaluados.
Y ello, algún efecto negativo va a producir.
Así, salvo las importaciones que hagamos desde EE.UU. o desde China, el resto de ellas se irán encareciendo poco a poco.
De los productos terminados importados podremos prescindir (o bien, sustituir algunos), pero con las materias primas u otros componentes esenciales no podremos hacer lo mismo.

Todos percibimos cómo el citado festival del gasto público se descontrola mes tras mes.
¿Se pueden agregar acaso 800.000 nuevos jubilados que jamás aportaron o sólo lo hicieron por muy cortos períodos, sin que nada pase en las cuentas públicas?
¿Hasta cuándo se puede seguir con el aumento de los egresos públicos, así sea para paliar la pobreza o para la menos altruista tarea de transportar a los parientes, amigos y hasta la propia familia presidencial en el fin de semana?

¿El final de los Kirchner?

De todas maneras -y pese a la tremenda demagogia y populismo puestos en práctica-, el poder de los Kirchner se desvanece día a día.
Nadie les cree nada, ni siquiera sus seguidores mercenarios a cargo de suculentos negocios, ni los nostálgicos "progres" quienes con vergüenza -manifiesta o solapada- los siguen acompañando, ya que piensan que "peor es nada" o que podrían perder su modestísima figuración en un vulgar puesto público o en una cátedra mediocre.

Ambos cónyuges confunden los golpes de suerte que los favorecieron durante casi un lustro, con acciones que atribuyen a su sagacidad política.
Con esa superficialidad propia de quienes han tenido logros gracias al azar o a una herencia, se atribuyen habilidades descomunales.
Cuando, como ahora, la realidad les muestra otra cara, piensan que una conspiración está en marcha.
Y, entonces, como jugadores empedernidos, duplican la apuesta pensando que la adversidad de una batalla perdida, es pasajera.

No son ellos -ideológicamente hablando- obcecados partidarios de la izquierda, sino simples oportunistas de visión corta.
Por eso, sus constantes marchas y contramarchas desde el "frentismo progresista" al "pejotismo".
Pensamos que los Kirchner tienen tan sólo objetivos claros y les importan poco los medios a utilizar, los sectores a traicionar, ni tener que desdecirse o arriar las banderas que siempre sostuvieron.
Si tienen que aliarse con Duhalde, con Menem, con Clarín, o con el mismísimo FMI para mantenerse en el poder, lo harán sin culpa alguna.
Disimulando, pero sin vergüenza.
Poniendo siempre la misma cara de idiotas que ponen los perros cagando.

Por eso, este caos urbano que estamos viviendo -a nuestro juicio- no es fruto de un plan del pervertido casal gobernante, sino el resultado de las mentiras, las improvisaciones y los vaivenes con que durante 6 años han venido engañando a buena parte de la dirigencia política, tanto de la izquierda como del peronismo o del radicalismo, quienes con una ingenuidad impensable en el 2003 -y salvo contadas excepciones-, creyeron que podrían inclinarlos hacia su lado.
No tenemos duda alguna acerca de la complicidad inicial con el cesarismo mandante, por parte del grueso de ella y, en consecuencia no menor, del electorado que la apoyó.

¿Qué podemos esperar próximamente?

Arrecian las críticas hacia la oposición por parte de una mayoría de la opinión pública que se siente defraudada con estos gobiernos que dirigieron desde 1983 nuestra democracia electoral.
De la misma manera que antes, una buena parte de ella, demandaba la intervención militar, hoy se le reclama a la "oposición" que solucione en la práctica el desaguisado de haber votado a cualquier "encantador de serpientes" que tramposamente les contara lo que quería escuchar.
Ahora, con fuerzas armadas desprestigiadas se pide con vehemencia la aparición de un nuevo "salvador" civil.
Y no aparecen muchos.
Mejor dicho, surgen algunos postulantes que ya mostraron su incompetencia, su florida charlatanería o sus fallas de gestión y, por otro lado, algunas figuras más nuevas (Estenssoro, Michetti, Pérez, Pinedo, Prat Gay y, en la /pole position/, de Narváez).
Pero, por ahora, nadie parece cautivante.

Nos preguntamos, ¿pueden ser Duhalde o Cobos quienes nos ayuden a salir del marasmo en que nos encontramos?
Veamos, a ambos les faltó olfato político y una mínima dosis de perspicacia para detectar que estaban frente a un candidato cesarista y autoritario.
Duhalde fue eyectado con premura del entorno Kirchnerista y le malversaron todo su apoyo, por lo que -es obvio- pronto conoció los puntos que calzaba su delfín.
Pero el caso de Cobos es más grave: después de 4 años del gobierno de Néstor Kirchner, no solamente no percibió sus características sino que se hizo socio.
Sin embargo, la desesperación que cunde tanto en el justicialismo como en el radicalismo pueden llevar, increíblemente, a estos dos hombres a disputar la próxima presidencia.

La estrategia de Kirchner es forzar un polo de izquierda para obligar a sus contendientes a asumir posiciones también populistas.
Cuenta también con la probable mejoría de la situación económica internacional y, sobre todo, con la inhibición vergonzante del radicalismo para operar un frente de centro derecha.
Es decir, todo el arco electoral se correrá hacia el estatismo de izquierda.
Nadie, o muy pocos, se animará a defender el capitalismo privado.
Y si Carrió lo hiciese, se le escaparían una parte no menor de sus seguidores o dirigentes integrantes de la Coalición Cívica (aunque, creemos, conquistaría un fuerte número de votantes que hoy dudan en votarla).

Pero los Kirchner enfrentan el problema que previó Abraham Lincoln:
se puede mentir a muchos por poco tiempo; se puede mentir a pocos durante mucho tiempo; pero no se puede mentirle a todos todo el tiempo.
La falla de los Kirchner es la pérdida de credibilidad, aún ante quienes por conveniencia los siguen.
Tal como les sucede a los estafadores, necesitan cambiar de escenario o de público reiteradamente, porque el mercado de incautos va disminuyendo.
Les es imposible recrear una coalición como la del 2003 o como la que consagró presidente a la señora.
Podrán continuar siendo una máquina de lanzar iniciativas para dominar la agenda política, pero la opinión pública les volverá a dar la espalda.

De verificarse este panorama que estimamos, parecería inevitable un adelantamiento de las elecciones presidenciales para el 2010.
Si así fuera, nos pasaremos oyendo durante varios meses apelaciones épicas dirigidas a ganar -otra vez- la "madre de todas las batallas".
Los Kirchner lo harían para mantenerse en el poder, pero las circunstancias nos obligarían a los argentinos a definirnos -por una vez, en serio- acerca del país que queremos para el próximo lustro: un socialismo populista que profundice la decadencia o una democracia liberal que nos permita recuperarnos?

(2) Por ejemplo, el economista Ricardo Arriazu.

Estudio Adolfo Ruiz & Asociados
Informe sobre economía, management y negocios
N° 125 - Noviembre de 2009*

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