El país ingresa poco a poco en la ingobernabilidad.
El indigenismo quiere crear zonas liberadas con representaciones en las Naciones Unidas.
Los capitostes de la izquierda no quieren que Cristina renuncie y ella también ignora qué debe hacer en la encrucijada.
El kirchnerismo murió junto con Néstor Carlos.
Se destruyen las jerarquías y no es delito escupir a un policía.
Si esto sigue así, tampoco será asesinarlo.
Se ignoran las medidas por los miles de millones de dólares perdidos por la sequía.
El único Hércules que funciona no pudo traer los millones de pesos impresos en el Brasil.
Ni Verbitsky, ni Zannini ni sus cómplices pueden enfrentar la situación y no quieren que la Presidente renuncie.
Los subsidios que van a parar a bolsillos ajenos y los escándalos se tapan con nuevos casos que a su vez desaparecen de las noticias.
¿Qué sucederá con las coimas y estafas de Ricardo Jaime?
La violencia puede tener alcances que no se sospechan.
En el 2001 dos activistas muertos en actos de protesta fueron suficientes para voltear un gobierno.
Ahora, las cosas están tan devaluadas en la Argentina que la cifra de diez apenas sí hace cosquillas a la situación política, al mismo tiempo que le hicieron perder la memoria a Cristina Fernández, que se vanagloriaba de la estabilidad que registraba su gobierno en este tópico.
La cifra la tomamos a partir del asesinato de otro activista de izquierda, Mariano Ferreyra, suceso ocurrido apenas unas semanas atrás y que marcó otra etapa del proceso de degradación que avanza en la República que está a punto de dejar de serlo.
La Presidente gira sobre sí misma, mira en derredor en busca de ayuda y consejo y se recuesta en el pequeño grupo que ha decidido afrontar la posibilidad de una reelección salvadora de sus propios intereses.
Cristina les cree, concurre a actos públicos de escasa o nula importancia y hace como que no se da cuenta de que el público es llevado tentado por las dádivas que permiten las fotografías y consecuentemente, explotar las apariencias gracias a la televisión.
Como sucedió con Irigoyen, a quien sus partidarios y colaboradores le editaban diarios con notas y artículos optimistas, al despacho presidencial llegan informes que nada dicen del fracaso de los medios gráficos para catapultar al oficialismo, que costaron millones y millones de pesos y que ahora prácticamente han desaparecido de la circulación habida cuenta de su inutilidad.
Podríamos seguir con éstos y otros ejemplos de una realidad que nos dice que en todos los aspectos el gobierno ha dejado de actuar, no ya bien o mal, sino que simplemente marca su ausencia cotidiana de los grandes problemas pero también de los pequeños.
Podemos decir que lo que sucede no sería tan grave si la desintegración que comentamos fuera únicamente del gobierno, pero el caso es que el Estado ha comenzado a desintegrarse y que los actos formales del ejercicio administrativo del poder funcionan por inercia pero con tropezones cada vez más seguidos y sin reacciones rectificadoras.
Por ejemplo, hace pocos días -apenas algo más de una semana- se realizó en México una reunión indigenista con representantes de países latinoamericanos y europeos, con el objeto de organizar algo así como una confederación de pueblos originarios para ocupar espacios de poder político a corto plazo, con el interesado respaldo de sectores de las Naciones Unidas, que buscan crear una estructura que genere nuevos cargos públicos bien rentados pero, sobre todo, el reconocimiento que permitirá modificar las capacidades de decisión en numerosos países.
Lo más interesante es que la voz cantante la llevan representantes de los Estados Unidos y otras naciones que nada tienen de originarios, lo que pone de manifiesto que se trata de algo muy distinto a los deseos de los pobres nativos, que son utilizados para una maniobra geopolítica.
Por supuesto que hablarle de este tema al Canciller Timerman sería absolutamente inútil, tanto como pedirle que repare en el movimiento de pinzas que se han puesto en movimiento en nuestro territorio con los tobas en el norte y los mapuches en el sur, un asunto que tampoco preocupa a los políticos, que están interesados en candidaturas o el manejo de jugosos subsidios -que pocas veces llegan a sus destinatarios- utilizados como argumento.
Si vamos a buscar ejemplos de la destrucción administrativa de la Argentina, llenaríamos páginas y páginas pero merece que nos detengamos en la mención de algunos, como lo sucedido con los miles de millones de pesos mandados a confeccionar en el Brasil para evitar que aquí los imprima una empresa cuyos directivos no son simpáticos a los K.
Concluida la tarea, la Fuerza Aérea Argentina fletó dos aviones para el transporte, uno de ellos el único Hércules que está en condiciones, problema derivado de la falta de presupuesto limitado por razones ideológicas.
El caso es que los brasileños se negaron a entregar los billetes por la falta de custodia adecuada para resguardar la importante suma que representaban pero además -y aquí viene lo más insólito- fue que el Hércules no pudo esperar la solución a este asunto pues estaba comprometido para atender el contrato firmado para prestar servicios en el Dakar, es decir, el acontecimiento automovilístico que atrae la atención del mundo y que se realiza en nuestro país.
Otro tema, pero de importancia moral, es un dictamen judicial que establece que no es delito escupir a un policía, barbaridad que prácticamente es una exclusividad nuestra y, ya que estamos, es interesante volver a nuestro título de hoy, que posiblemente deberá modificarse con otra cantidad en cualquier momento, pues de las escupidas podemos saltar a las muertes alevosas de los servidores del orden, que por todo lo apuntado pierden autoridad y la capacidad de ejercerla.
¿Acaso los subalternos militares, digamos un cabo por caso, no están autorizados a dirigirse al titular del ministerio de Defensa para expresar su disconformidad por una orden recibida...?
Lo concreto es que de exprofeso se ha subvertido el orden, se han roto las jerarquías y, para repetir una palabra de nuestra historia más reciente, de subvertido pasamos a subversión y de subversión a una anarquía organizada -valga la contradicción- que genera contagios y, entre otras cosas, un estado de inseguridad creciente, entre escupitajos, balazos y muertes que pasan como una noticia breve que enseguida es reemplazada por otra similar y así sucesivamente.
Más arriba mencionamos el interés por los subsidios y ya es público que un importante porcentaje representado por millones y millones de pesos van a parar a bolsillos extraños, al margen de que buena parte de los cobrados dejaron en el camino buenos porcentajes.
Algo así como las coimas de Ricardo Jaime, sus aviones, barcos, automóviles, departamentos y casas, que poco a poco desaparecen de los medios de comunicación con la intención de que se imponga el olvido o el reemplazo por otros escándalos que se suplen sin solución de continuidad.
Pero volvamos a los muertos de Cristina y a quienes no quieren que ésta pierda el poder para tener tiempo de arreglar sus papeles con miras a zafar de la acción de la justicia, pues han comenzado a entender que buena parte de los jueces prevaricadores ahora descubrieron la severidad jurídica y ajustada a derecho, como una fórmula para su propia salvación.
Horacio Verbitsky, Carlos Zannini, Carlos Parrilli, Carlos Kunkel y otros capitostes de la izquierda, maniobran para lograr la continuidad pese a que ya se percatan de que han comenzado a encerrarse con rutas de escape cada vez más y más angostas y, de paso, a demostrar su incapacidad en medio de la ingobernabilidad de la que son responsables en buena medida.
Por ejemplo, Verbitsky, que parecía como el cuco influyente que todo lo podía, ahora se mueve a los sofocones sin saber cómo atender los problemas importantes.
Así, si le preguntamos qué medidas habrá que adoptar frente a las enormes pérdidas granarias -miles de millones de dólares- devenidas por la grave sequía, ni él ni sus socios ideológicos saben qué hay que hacer y, por cierto, Cristina mucho menos.
Digamos que obligadamente los principales políticos no tendrán más remedio que unificar criterios mínimos para encontrar una salida a esta verdadera encrucijada, que es mucho más grave de lo que se supone, pues la violencia puede desatarse con una amplitud insospechada y dolorosa.
Esto tiene como agregado la ausencia de una fuerza necesaria para encarar el desbarajuste provocado por un kirchnerismo, que ya murió junto con Néstor Carlos.
Carlos Manuel Acuña