domingo, 16 de enero de 2011

LEBENSBORN Y EL MITO DE LOS HIJOS DE DESAPARECIDOS

Amigos:

Quedan pendientes cientos de juicios por el asunto de los hijos de los terroristas insepultos.

El General Videla, junto a su colega Menéndez, es un flamante condenado por aquellos episodios.

Una batería de leyes y normas, con el inefable rótulo de “crímenes de lesa humanidad”, arrasa con las defensas impetradas por los letrados de los militares inculpados.

No son juicios, sino parodias de ellos, ya que las sentencias están impuestas, mucho antes de iniciarse los debates en los procesos orales, en los recintos de los Tribunales Federales de toda la Nación.

Tal vez, algunos abogados, abatidos intelectualmente por la prueba de cargo contra sus defendidos, no atinan a otra cosa que cumplimentar el simulacro judicial, que envía sistemáticamente a sus clientes a una suerte de patíbulo encubierto, ya que en su mayoría son gerontes, con múltiples problemas de salud, que en poco tiempo morirán entre rejas.

Si aceptamos que la punibilidad objetiva, que es el basamento para este sistema crápula de enjuiciamiento, se tomó precisamente de los procesos de desnazificación de Nüremberg, alguien debería reparar en la circunstancia de que dichos juicios no se caracterizaron precisamente por la indulgencia y la benevolencia de sus jueces.

Sin embargo, existió un episodio particular que se encuentra poco difundido, pero que es de material relevancia.

Para 1935, Heinrich Himmler, algo así como una suerte de Jefe de Gabinete del Partido Nazi, privilegiando los dudosos supergenes de la raza alemana, ordenó la concepción de mujeres solteras, que copularon con miembros voluntarios de élite de las SS, casi todos perecidos en el Frente Oriental.
Se lo conoció como Lebensborn (Fuente de Vida).

Algo más de diez mil niños nacieron, fueron separados de sus madres y se criaron en hogares infantiles del Reich.

Los registros de los nacimientos fueron incinerados cuando aliados y rusos cruzaron las fronteras de Alemania.

Muchos aún viven, pero desconocen su identidad y, va de suyo, la de sus progenitores.

Incluso una de las cantantes del grupo musical sueco ABBA, de gran celebridad en los setenta, pertenece a esa categoría.

Hasta la fecha no se registra una sola condena por la arquitectura de esas concepciones sistemáticas ni a los responsables de la ejecución de ese plan.

¿No será éste el momento decisivo para que los colegas que defienden a nuestros hombres de las Fuerzas Armadas apliquen ese leading case y culminemos con la farsa de un delito inexistente?

Pero es menester para ello establecer un adecuado paralelismo entre el
LEBENSBORN Y EL MITO DE LOS HIJOS DE DESAPARECIDOS.

Atentamente,

Carlos Belgrano

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