La discusión es inagotable y forma parte de la evolución de la historia.
En la Argentina , tan proclives a la ironía como una forma superior de la inteligencia (y de la distracción), se asegura que llegada al final de su ciclo, los argentinos, intolerables, cavamos y cavamos para extender la vigencia de la decadencia como si su existencia contribuyera al solaz cotidiano en vez de la realidad que nos afecta: la tristeza al reconocerla diariamente en todos los rincones de nuestra actividad.
¿Cual interpretación es la acertada?
¿Se llega al final después del agotamiento de la decadencia o es posible prolongarla en el tiempo para que sean otros los encargados de soportarla y aceptar sus consecuencias...?
Como políticamente incorrectos - aunque hay otros que con esa misma virtud en este tema se han colocado en la vereda de enfrente - somos de los que creen que nuestra decadencia, es decir, la decadencia Argentina, ha llegado al final y que resultan inútiles los esfuerzos por frenarla y evitar lo que sigue, algo tan pesado e hiriente, que no nos animamos a mencionarlo.
Con esta línea de pensamiento, pese a todo nos negamos a aceptar que la Argentina ha muerto y que la tristeza que nos embarga - una tristeza real, inagotable, cotidianamente agresiva, contínua, insoportable y hasta limitante de la reacción- pueda vencernos.
Sin embargo, el contenido de la decadencia que ya se ha instalado cómodamente en todos los rincones, nos obliga a pensar en lo que nos acontece.
¿Es necesario para nuestro público políticamente incorrecto mencionar el contenido de ese fenómeno casi único en la historia moderna...?
Creemos que no pero por las dudas diremos ciertas cosas fundamentales y repararemos en algunos detalles de la situación
¿Se acuerdan cuando la gente silbaba en la calle o repetía por lo bajo algunas canciones con letras representativas de lo argentino, sea porteño y abierto a otras influencias o provinciano con un sello característico de lo propio...?
Reconozcamos pues que eso ya no existe.
La alegría
¿que otra cosa es el silbido o el tarareo que una libre expresión del espíritu optimista?
- ya no se escucha en las calles, en las esquinas ni en otro lugar posible para hacerlo.
Este pequeño detalle en el que nos hemos detenido para hacer un comentario político, llama a la reflexión y nos dice que popularmente hay un reconocimiento implícito, instintivo y doloroso de la decadencia terminal y la espera de ese algo distinto que siempre acontece después de un final cualquiera.
¿Cómo será ese futuro?
¿Será verdad que la Argentina , esa República otrora orgullosa y convocante al silbido o al tarareo desaparecerá evaporada geográficamente?
De esto último estamos seguros que no y coincidimos con aquellos que evaden una respuesta - y por ende del contenido para formularla - y nos contestan con una frase políticamente correcta.
"Los países, dicen, no desaparecen como un agujero en el mapa y la tierra persistirá, tendrá sus habitantes, el idioma podrá modificarse con el tiempo pero las costumbres impondrán su contenido cultural" y con un rasgo de inteligencia dicen "... pese a la televisión que es tan importante..."
Meditamos la contestación, observamos que sus palabras finales la embarraron y el rápido cambio de tema nos eximió de una respuesta aunque el hecho dejó el tema en el aire:
"Cuando nadie se da cuenta de los componentes de la decadencia y poco les importa, es una señal directa y explícita de su vigencia.
En este caso, negar la realidad es algo representativo de esa misma decadencia y la vocación de verla como la apertura hacia un abismo que existe sólo para unos pocos, para los políticamente incorrectos que sufren la nostalgia y que recuerdan esa frase musical que dice "la tristeza de no haber sido..."
La decadencia Argentina posee esos matices que van desde la negación hasta su reconocimiento.
Planteamos entonces el tema de la posible división territorial, algo que no muchos meses atrás planteamos como asunto para el debate y nos respondieron casi con una carcajada.
¿División territorial...?
Cuando explicamos que la ausencia premeditada de un poder militar extendido como factor de presencia interna y unificada, no fueron pocos lo que reflexionaron y lanzaron la respuesta simple y primitiva:
¿Con quienes nos vamos a pelear...?
Cuando intentamos explicar que lo que está en juego son las reservas naturales, la energía acumulada en las entrañas envidiadas por los dirigentes de otros países necesitados y con visión de futuro, otro lugar común fue lanzado en la rueda de conversación.
"¿Acaso se van a llevar el agua..."?
Cambiar el contenido de un debate es una vieja técnica para sacarlo a un costado.
Entonces atacamos por el lado de la cultura y sobre todo del sistema político que repite y repite los mismos nombres, los mismos candidatos, las ofertas idénticas apenas modificadas en su redacción y entonces sí se produjo un silencio breve pero expresivo que aprovechamos para avanzar con las reflexiones del fin de la decadencia y el avance de "tocar fondo".
Agregamos rápido, antes de que se produjera una respuesta evasiva, que resulta indispensable establecer nuevas condiciones para la calidad representativa y provocar la vocación de ser protagonistas del futuro.
Fueron pocos los que contestaron.
Algunos se remontaron a las experiencias de sus abuelos o bisabuelos, otros hablaron de la inmigración identificada con el pasado histórico de la Argentina y no faltó una frase inteligente y casual que se remontó al olvidado Ezequiel Martínez Estrada y a su libro titulado
"Radiografía de la Pampa ", aquella que impone su personalidad a todos los habitantes y forma a ciudadanos esperanzados por un mundo mejor, por un ámbito constructivo, respetado por todos y con valores y sentimientos compartidos por igual.
Entonces la conversación se remontó a través de la literatura hacia el pasado, "cuando las cosas eran distintas y mejores" pero resultó inútil volver al presente y mucho menos tratar de vislumbrar el futuro.
Como los contertulios que determinaron estas líneas veraniegas pasaban por ser personas de valía, la conversación tomó otro rumbo acelerado para evitar la vigencia central del final de la decadencia y del hecho de haber "tocado fondo".
Hicimos un esfuerzo por retomar el rumbo del tema central, pero todo resultó elusivo.
Obviamente, la decadencia, instalada más allá de la inseguridad cotidiana, de las fronteras sin resguardo, de la droga que ya está instalada en nuestra sociedad, de la corrupción que reina públicamente y no produce reacciones, de la educación que ha sido destrozada, de los intentos por modificar la historia y de la escasa o nula calidad de quienes tienen
- aún, utilizamos el vocablo esperanzados
- la responsabilidad formal de ocupar los cargos del poder, ratificamos en la intimidad nuestro pensamiento inicial: la decadencia ya terminó, ahora viene otra cosa después de tocar fondo y sinceramente, no sentimos curiosidad por explorar sus componentes ni de seguir escribiendo.
La tristeza nos ganó de mano y por desgracia, es persistente e intensa.
Carlos Manuel Acuña
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