Hay senadores que viajan con demasiada frecuencia.
Otros se enferman también con insistencia.
Casi todos pertenecen a la frágil, casi inexistente, mayoría opositora en la cámara que se ha convertido de hecho en la última línea de defensa parlamentaria del Gobierno.
En diciembre último, eran 37 senadores supuestamente opositores contra 35 que respondían al oficialismo.
Esa dramática paridad es ahora insegura y vacilante.
La ausencia en una sesión clave de tres o cuatro senadores inscriptos en una impalpable oposición es suficiente para cambiar los resultados de la votación.
Los predecibles vencidos se convierten de pronto en imprevistos vencedores.
El caso del Senado tomó relieve en los últimos días, después de que cuatro importantes legisladores nacionales, todos opositores, denunciaran la cooptación de senadores por parte del kirchnerismo ante una multitud en la Exposición Rural.
Sin embargo, se trató sólo de la exhibición pública de un conflicto que motivó muchas reuniones previas entre los líderes opositores.
¿Cómo hacer para reconstruir aquella endeble mayoría de diciembre pasado?
¿Cómo, cuando algunos senadores, como Carlos Menem, ya no tienen un destino que cuidar y tampoco les preocupa defender su pasado?
Asuntos importantes del Estado están cautivos en el Senado.
¿Cómo? Un senador supuestamente opositor no firma o no concurre a las comisiones que deben informar sobre esos temas antes del plenario del cuerpo.
Sin esas firmas, tales proyectos no son habilitados para su tratamiento en el recinto.
Más problemas surgen cuando los asuntos llegan finalmente al plenario.
De nuevo, la ausencia de un puñado de senadores opositores convierte al Gobierno en ganador fortuito de una causa que parecía perdida.
La última frontera de la defensa está funcionando entonces. Cristina Kirchner está exenta, por ahora, de recurrir al veto constante, tan constitucional como impopular.
¿Con qué métodos se consiguen esos resultados?
No hay uno solo.
Varían, además.
Hay senadores que ingresaron por la oposición, pero que tienen centenares de empleados propios en el Estado.
Los Kirchner llevan un prolijo censo de punteros que responden a legisladores cruciales.
El mensaje llega, claro e inconfundible: o los senadores atienden los intereses del oficialismo o sus protegidos se encontrarán con la calle y la intemperie.
Es mejor, parecen concluir esos senadores, el sol protector de los Kirchner antes que circular sin órbita.
Otros senadores viajan, en efecto.
Siempre hay una invitación oportuna que coincide con una votación significativa.
A los voluntarios no les faltan pasajes ni generosos viáticos.
El periodismo ha sido injusto cuando hace poco criticó sólo al Gobierno por haber invitado a dos senadoras a China.
El Gobierno tuvo, es cierto, la iniciativa de esas deserciones.
Pero no hay nada más fácil de rechazar que un viaje.
Existe más culpa en aquellas senadoras peregrinas que en la administración que las tentó.
¿Qué convierte ahora a los senadores en viajeros compulsivos o en enfermos crónicos?
Debe inscribirse también el canje de votos, o de ausencias, por favores fiscales del gobierno nacional a las provincias.
El Gobierno tiene los recursos en una mano y espera el favor con la otra.
Entrega la plata sólo cuando recibe el favor , se sinceró un senador acosado por estos trueques.
Hay algo peor que todo eso:
el gobierno nacional no les entrega a las provincias más que la plata de las provincias.
Kirchner es así:
paga los favores con el dinero de los que le hicieron el favor.
Hace poco, con motivo de la votación de la ley que instituyó el matrimonio entre personas del mismo sexo, la senadora riojana Teresita Quintela confesó públicamente que estaba en contra de la iniciativa, por firmes razones de conciencia, pero que votaría a favor porque debía preservar la solvencia fiscal de su provincia.
Ni los senadores oficialistas ni los funcionarios nacionales se escandalizaron por esa revelación pública que mostró los métodos del Gobierno con más claridad que las recientes denuncias de Felipe Solá o de Gerardo Morales.
Mucho antes, y por otros motivos, el senador neuquino Horacio Lores también había vinculado en público el sentido de sus votos y la capacidad fiscal de su provincia.
Nadie del kirchnerismo lo desmintió nunca.
Hay casos especialmente curiosos.
Es, por ejemplo, el de los senadores pampeanos Carlos Verna y María Higonet.
Pidieron un bloque aparte al del oficialismo y hacen trascender en los momentos decisivos que no saben si votarán a favor o en contra de una decisión.
No son los únicos que recurren a esa estrategia.
Hay varios más que la frecuentan.
Entonces comienzan los sondeos del Gobierno para que voten en el sentido del Gobierno.
Las indecisiones desinteresadas no se anuncian, por lo general.
Menem es otro caso perdido.
Ya sin el manejo de los copiosos recursos a los que estaba acostumbrado y perseguido por más jueces que partidarios, su horizonte se acortó sólo a seguir siendo senador.
Ni siquiera parece aspirar a ser un ex presidente como Dios manda.
Los fueros son ahora más importantes que el futuro y la historia.
El gobernador riojano, Beder Herrera, podría ser el arquitecto del kirchnermismo para asegurarle a Menem la imprescindible banca; el actual mandato de Menem vencerá el año próximo.
Menem no disimula sus favores a los Kirchner.
Que los apoyos no pasen inadvertidos.
¿Qué desgracias kirchneristas están evitando esos senadores?
En el Senado duermen sin remedio a la vista los proyectos aprobados por los diputados para reformar el Consejo de la Magistratura; para cambiar la reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia, que le reducirá facultades al Ejecutivo, y la eliminación de los superpoderes para el Gobierno.
El propio Senado no pudo hasta ahora tratar iniciativas propias como el 82 por ciento móvil para los jubilados y la reconstrucción del Indec.
Están por venir asuntos tan serios como ésos: las facultades delegadas del Congreso al Ejecutivo, que caducarán el 24 de agosto, y, sobre todo, el presupuesto del próximo año, el primero de la era kirchnerista que irá al Congreso sin mayoría oficial automática.
La pelea que se dirime en el Senado es, quizá, la más significativa que les tocó al kirchnerismo y a sus opositores.
Es cierto, en efecto, que la oposición se parece a veces a una constelación de satélites sin órbita y que eso permite también las deserciones.
La excepción es la Cámara de Diputados, donde hizo importantes progresos.
Pero Mauricio Macri fue abandonado en su desgracia hasta por su socio más reciente, Francisco de Narváez; al jefe porteño sólo le quedan las encuestas.
¿No es eso lo que espolea su soledad?
Elisa Carrió lo criticó a Ricardo Alfonsín por un exceso de cordialidad con los ministros Randazzo y De Vido.
La disidencia no quedó entre ellos.
Hermes Binner y Margarita Stolbizer dejaron brotar el viejo rencor contra Carrió.
El Acuerdo Cívico no será como es, evidentemente.
Felipe Solá quiere un final cuerpo a cuerpo con Eduardo Duhalde y detesta un acercamiento a Macri del peronismo disidente.
Duhalde cree que una parte de los argentinos lo irá a buscar cuando advierta que la herencia de Kirchner no será una cuestión sólo apta para simpáticos.
Nadie sabe, entonces, cómo será ese peronismo ni quién será su líder.
El kirchnerismo tiene problemas para seducir a amplios sectores sociales, a pesar de que las encuestas lo tratan ahora mejor que hace unos meses.
Con todo, el oficialismo tiene un candidato capaz de corroer tanto a opositores como a leales; es el caso de Daniel Scioli.
Además, una mano de hierro mantiene abroquelado a su ejército, y éste sabe al menos qué quiere y hacia dónde va.
La historia no preguntará por qué Kirchner pudo hacer lo que hizo, sino por qué la política le permitió llegar tan lejos.
Joaquín Morales Solá
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