lunes, 4 de junio de 2012



ESTAN JUGANDO CON FUEGO

     LA ESCENA SE LE HA COMPLICADO AL GOBIERNO. 

Más de lo que cualquiera de sus integrantes imaginaba hace apenas un puñado de semanas, cuando el superministro Guillermo Moreno resolvió apretar el cepo sobre los ciudadanos que quieren invertir o ahorrar en dólares y hasta realizar un legítimo viaje de placer o negocios. 

Primera aclaración: la cultura fuertemente atada a la moneda norteamericana de la sociedad argentina no la va a desconocer un impresentable como Aníbal Fernández, o un inexperto como Juan Manuel Abal Medina. 

Es posible que solo el 11 por ciento de la población ahorre en esa divisa. 

Pero seguro que muchos millones más quisieran hacerlo y no pueden, como consecuencia de una política económica que ha provocado el aumento de la pobreza y la indigencia, y que por primera vez en mucho tiempo impide al famoso "relato" salirse con las suyas en materia de desempleo: la tasa de desocupados formales aumentó casi un punto y medio durante el primer trimestre del año (del 6,2 al 7,6) según cifras del INDEC. 

Y el trabajo en negro estaría otra vez cerca del 48 por ciento con el que se encontraron los Kirchner cuando llegaron al poder en 2003, según, al menos, dos estudios privados.

     El "espacio" tiene poco y nada para festejar por estos días, como no sea aferrarse al discurso autista y plagado de maravillas de la presidenta, que pasó lo más campante por San Carlos de Bariloche sin querer enterarse que la mitad de su población es pobre, según datos de la Iglesia local. 

O que celebró entre mohines las bodas de plata de un diario que se convirtió en oficialista y que en otros tiempos fue independiente, como "Página 12" , sin nombrar a su fundador, Jorge Lanata, simplemente porque ahora se ha convertido en su enemigo. 

"La historia la escriben los que ganan", se encogen de hombros a su alrededor.

     Como muy pocas veces antes, pero de hecho jamás imaginado después de aquel arrasador triunfo electoral de octubre de 2011, el gobierno de Cristina Fernández aparece comprometido en su gestión y en su futuro por sus propias impericias, antes que por el consabido argumento de las acechanzas ajenas o de afiebrados e inexistentes planes destituyentes. 

No es aventurado sostener que ese panorama se potencia por el retraimiento sobre sí misma --más profundo que de costumbre para alarma de algunos kirchneristas-- que ha experimentado en los últimos días Cristina Fernández, quien, como se sabe, de por sí es una presidenta acostumbrada a manejarse con un reducidísimo grupo de incondicionales. 

Y con constantes consultas a su hijo Máximo, que, para colmo de males y según confidencias de quienes se mueven en los aposentos (ordenanzas, asistentes, choferes, secretarios, periodistas, que ven y escuchan), últimamente y en el marco de periódicas ciclotimias, habría vuelto a las andadas en eso de no expresar ningún apego por la política ni por la gestión de gobierno. 

Alarmas se encienden cada vez que eso ocurre en quienes alientan una postulación al Congreso del primogénito en 2013, o lisa y llanamente su candidatura presidencial para 2015, si Cristina no consigue la reforma o si muere antes de nacer la fórmula Daniel Scioli-Alicia Kirchner, que también está en estudio en los laboratorios del poder.

     Algunos tropiezos que han cometido no son menores, porque por primera vez en mucho tiempo han logrado soliviantar el estado de ánimo de por sí caldeado de la sociedad. 

Es lo que acaba de ocurrir con el meneo entre el dólar y la pesificación. 

Lo primero que salta a la vista es que la sempiterna costumbre del gobierno de echarle la culpa a "Clarín" de todo lo que pasa hace agua por todos los costados. 

A esa cantilena recurrieron Axel Kicillof, Julio De Vido y Abal Medina para desmentir que el gobierno tenga en manos un plan para desdolarizar la economía.

     Pero resulta que los primeros que hablaron del tema, y de ahí con elemental lógica periodística se tomaron los medios, fuero ellos. 

Lo dijo el jefe de Gabinete en el Congreso, cuando sostuvo que existe un trastorno obsesivo compulsivo del argentino por el dólar y que la moneda argentina es el peso. Aníbal Fernández, Florencio Randazzo, Carlos Kunkel --por supuesto tienen sus depósitos en "verdes"-- también salieron a instalar el tema. 

¿O alguien piensa que el histriónico senador pudo decir por las suyas que los argentinos deberían ir acostumbrándose a pensar en pesos?

     Hay, además, indicios muy confiables de que Carlos Zannini tiene en sus escritorios al menos dos proyectos para pasar de dólares a pesos algunas variables y operaciones económicas, a la espera de que Cristina decida. 

Las fuentes hablan de un decreto, y de un proyecto de ley, más seguro de ser instrumentado porque la presidenta, por tratarse de un tema conflictivo y sensible en términos sociales, quiere que también se comprometan los legisladores. 

No sea cosa de tener que hacerse cargo ella sola de todo el costo político que pudiera sobrevenir. 

De manera que hoy desmienten lo que ellos mismos pusieron en el escenario. 

Y se mira un poco más atrás: hubo hace un mes un informe del centro económico que orienta Kicillof (CENDA), que mencionaba el tema como también aquel fallido de los tres tipos de cambio para el dólar, al que enseguida Cristina le bajó el pulgar, cuando dijo: 

"No vamos a hacer nada raro".

     Rápidos, los voceros habituales salieron a decir que era un invento de los medios para desestabilizar o generar malestar. 

Lo mismo que acaba de hacer el viceministro de Economía, convertido en jefe de facto de De Vido y Hernán Lorenzino, mal que les pese a los dos ministros. 

El viernes, el joven brillante dijo que las informaciones sobre una pesificación persiguen negocios de los diarios que las publican o el intento por generar malestar y provocar el pánico en la gente. 

El pánico ya lo provocaron ellos cuando salieron con el globo de ensayo de la pesificación: solo en la semana anterior se fueron de los bancos 150 millones de dólares. 

Y la fuga trepa a los 3.500 millones, mal que le pese a Beatriz Paglieri, desde que comenzó el cepo sobre el dólar tras aquella corrida cambiaria de noviembre. 

Y no es un invento de "Clarín". 

Son cifras del Banco Central.

     Algunos indicios permitirían sostener que la procesión va por dentro. 

Testigos inmejorables aseguran que Cristina Fernández pasó dos jornadas de la semana anterior encerrada en su despacho de la Casa Rosada. 

Durante varias horas entre la tarde y la noche, sin ver ni recibir a nadie. 

Ni a sus incondicionales. La segunda de esas jornadas, el jueves, se quedó hasta que se diluyó el cacerolazo de vecinos que se acercaron a protestar sobre la Plaza de Mayo. 

Esa modalidad de reclamo, que de manera previsible ha regresado a barrios y calles de la ciudad y del Gran Buenos Aires, no es un tema menor. 

O no lo sería para quienes en el gobierno miran con ojo crítico lo que viene sucediendo. 

Y si no tienen relación con la marcha atrás, al menos por ahora, del plan pesificador (viejo recurso de los gobernantes, "tirar" una idea y después avanzar o retroceder según el impacto social que haya tenido), le pasa raspando.

     Tal vez durante ese extraño retiro, la presidenta tuvo en sus manos algunas encuestas que han llegado al gobierno y son lapidarias. 

Una de ellas, a la pregunta de cuándo o contra qué se manifiestan los argentinos, arrojó estas cifras: cuando les afecta el bolsillo, 81,2 por ciento; la inseguridad, 9,8%: la corrupción, 2,6%, y la injusticia social (inequidad, pobreza, salarios, desempleo), el 6,2%. 

"No es de la contra, es una encuesta 'amiga', no está inflada", se alarmó el confidente.

     Hay que escuchar a un par de hombres del kirchnerismo que suelen cuidarse de hablar de estos temas con sus pares, en un terreno minado de aduladores y buchones: 

"Me parece que estamos siendo un poco desprolijos", reconoció uno de ellos. 

Se refería, claro está, a ese tránsito entre alentar la pesificación y después salir a desmentirlo. 

"Cuidado, que nos estamos metiendo con el bolsillo de la gente, con la clase media", sostuvo el otro, con las planillas del retiro de dólares y la cancelación de plazos fijos en la mano.

     Un síntoma que de ningún modo es anecdótico fue lo que ocurrió con Aníbal Fernández tras la última "anibalada". 

Normalmente, la presidenta se lo toma en broma, le causan mucha gracia los exabruptos y las incontinencias verbales del quilmeño. 

Contaban en los pasillos que, más allá del chiste en público, le preguntó en el Salón de las Mujeres si había tomado "vivarachol". 

En privado, en cambio, el reto fue durísimo. 

No es que se haya espantado, porque es la campeona nacional del ahorro en dólares, pero aunque en el gobierno no lo digan públicamente, y ella jamás lo va a reconocer dentro de su discurso autista, ha empezado a tomar nota de aquellas encuestas y de las manifestaciones caceroleras de mitad de semana. 

 Igual, ya hay un plan para lanzar al inmenso mundo de medios oficialistas a denunciar que detrás de esas expresiones están la oligarquía, Hugo Luis Biolcati, la Sociedad Rural, la derecha destituyente, en fin, rescatar el recurso que de tan viejo ya destiñe.

     Por si fuese poco, Daniel Scioli otra vez lo hizo. 

Puso al campo en pie de guerra y a media provincia en contra. 

La Casa Rosada le mandó redactado para la firma el decreto de revalúo y de nuevo lo puso de rodillas. 

Con lo que recaudará del impuestazo, apenas si pagará los sueldos y el medio aguinaldo. 

Le obsequió, a la vez, a Cristina 2.500 millones extras para su exhausta caja. 

Y ella no ha cambiado ni una coma el plan para eliminarlo como sucesor. 

"Las tres P: paciencia, prudencia y perseverancia", repite hasta la irritación el gobernador. 

En el medio, una abrumadora sospecha de pago de sobornos que envuelve a La Cámpora se instaló como pesada sombra en la Legislatura provincial. 

Justo después que el inefable Gabriel Mariotto dijese que con su llegada y la de los "pibes" se terminaban las valijas que iban y venían. 

No aclaró si eran pesos o dólares.

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